Mates, tacos al pastor y tres meses mexicanos
- uatxfiloletras
- 26 may
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Julieta Miranda Russo / Filoletras
Muchas veces estuve lejos de casa. Muchas veces viajé por vacaciones, estudio o por la danza. Pero nunca antes me había tocado estar a 6400 kilómetros de distancia en otra cultura, en otros horarios y en otra forma de ver la vida.
Era 1 de octubre del 2024 cuando recibí un llamado que anhelaba, pero que no esperaba, porque hay cosas que uno siempre sueña, pero que se quedan en el umbral del deseo. Esta vez no. Esta vez, me esperaban en la Universidad Autónoma de Tlaxcala, en México, para cursar un semestre en la Licenciatura de Lengua y Literatura Hispanoamericana.
A partir de ahí, todo fue un rejunte de documentos, firmas, mails, pasajes, fechas, despedidas, abrazos, besos, lágrimas y promesas. Y entre dos maletas que igualaban mi peso, estaba yo: una argentina que nunca se había movido sola en aeropuertos interminables y sin saber muy bien con qué se iba a topar cuando llegase a destino. Dejaba en mi país una familia, un amor e incontables amistades hasta la vuelta, aunque lo tecnológico hizo lo suyo y me acompañaron virtual y emocionalmente.
Por fin, después de dos escalas y 16 horas de vuelo, llegué a Ciudad de México. Y unas horas más tarde, estaba en Tlaxcala. Si hay algo que destaco y reconozco, es la calidez con la que fui recibida, especialmente por mi amiga Elisa, con quien habíamos estado hablando a través de las redes y ese día nos íbamos a conocer personalmente. Ella y Amalia fueron mi primera red y, también, las últimas en despedirse.
Durante casi tres meses conocí lugares increíbles como Teotihuacán, el Centro Histórico de la Ciudad de México, Xochimilco y Puebla. Probé todas las variedades de tacos -mis favoritos son y serán siempre los tacos al pastor-, descubrí y disfruté grandes cantidades de frutas, tomé michelada, mezcal y comí chapulines (solo por la experiencia). Estudié, leí autores mexicanos y escribí mucho.

Pero sobre todo, encontré en Tlaxcala el amor de toda la gente que conocí. Viví en carne propia el “mi casa es tu casa”: Elisa, Amalia, Carlos, Luis, todos mis compañeros de clases, las profes Marisol, Olga y Michel, que con sus clases aprendí y me enriquecí de la teoría, la cultura y las letras mexicanas. Mis amigos de Colombia, Cris y Manu, quienes amaron mis mates y yo su café. Me sentí abrigada, querida y afortunada.
Finalmente tuve que regresar a mi país algo antes de lo previsto, con el corazón un poco roto, pero abrazado. Prometí volver. Y acá es donde diría que lo bueno dura poco, pero no. Porque lo vivido con la gente que uno quiere nunca deja de ser mientras haya alguien que lo recuerde.
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