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La voz que nos hizo sentir: una crónica de Taylor Swift

  • uatxfiloletras
  • 14 may
  • 2 Min. de lectura

Judith Turrubiates/ Filoletras


Hay artistas que se escuchan. Y hay otros que se sienten. Taylor Swift es de los segundos. Su música no solo suena en los audífonos o en la radio; suena en el pecho, en los recuerdos, en las etapas que todos vivimos en silencio, pero que ella puso en palabras.


Desde que apareció con su guitarra en mano y su voz temblorosa cantando Teardrops on My Guitar y Tim McGraw, algo fue distinto. Había sinceridad, había alma. No era solo una chica cantando: era una amiga invisible que hablaba por todos los que alguna vez amaron sin ser correspondidos, que se ilusionaron, que lloraron en su habitación con las luces apagadas.


Con el tiempo, Taylor creció. Y nosotros con ella.


Pasamos de los diarios adolescentes de Love Story, donde creíamos que todo amor podía tener un final feliz, a la desgarradora madurez de All Too Well, donde entendimos que hay recuerdos que no se van, que viven en nosotros como fantasmas que aún duelen. Esa versión de 10 minutos no fue solo una canción; fue una confesión universal.


Nos sentimos invencibles bailando con Shake It Off y nos rebelamos con Look What You Made Me Do, una canción que no solo cambió su narrativa, sino que nos enseñó que podemos renacer después de haber sido rotos. En The Archer, nos enfrentamos a la inseguridad, a ese miedo a no ser suficientes, mientras que en You Belong with Me muchos volvieron a esa etapa donde amar en silencio parecía eterno.


Aprendimos a sanar en calma con Exile y Cardigan, joyas de Folklore, un álbum que llegó en el momento más vulnerable del mundo: la pandemia. Sus letras nos abrazaron cuando el aislamiento pesaba. Y cuando llegó Midnights, nos recordó nuestras propias contradicciones internas. “Soy yo, hola, yo soy el problema” se volvió una frase tan real como universal.


Pero lo que hace única a Taylor no es solo su talento —que es inmenso—, sino su conexión. En un mundo donde todo es fugaz, ella nos regaló permanencia. Nos enseñó que está bien sentir demasiado, que no hay que avergonzarse del dolor, que el amor puede ser hermoso, incluso cuando duele. Que podemos caer y aun así volver a escribir nuestra historia, una y otra vez.


Verla en un escenario es ver más que un espectáculo: es ver a una mujer que transformó su vulnerabilidad en arte, y que hizo que millones de personas, sin importar su edad o país, se sintieran menos solas.


Taylor Swift no es solo una artista. Es una parte de quienes hemos aprendido que crecer también es perder, y aun así seguir cantando. Porque al final, todos tenemos una canción de Taylor que sentimos como nuestra: Enchanted, Back to December, Clean, Begin Again o You’re on Your Own, Kid. Cada una, una página de nuestra propia historia.


Y en cada nota, en cada verso, ella nos recuerda que está bien no estar bien. Que lo importante es seguir, con el corazón roto o con el alma llena, pero siempre con música.

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