La delgadez: salud y estándares de belleza en América Latina
- uatxfiloletras
- 25 may
- 2 Min. de lectura
Julieta Miranda Russo / Filoletras
En América Latina, la delgadez es una forma de poder. Hablar de cuerpos —y en particular de los cuerpos de las mujeres— es hablar de cultura, desigualdad y control. Desde Argentina hasta México, ser flaca no es simplemente una cuestión de salud o gusto personal: es, muchas veces, una condición no escrita para ser vista, valorada y aceptada.

A lo largo del tiempo, los medios de comunicación, la publicidad y las redes sociales han construido un modelo único de belleza femenina: blanca, joven, sin demasiadas curvas (pero tampoco ausentes) y, por sobre todo, delgada. Este patrón no solo ignora la diversidad de cuerpos reales que habitan nuestra región latinoamericana, sino que también impone un estándar de belleza caucásica prácticamente inalcanzable para la mayoría.
Muchos pensarán que se trata de algo puramente superficial. Pero lo cierto es que esta exigencia estética trae consigo consecuencias profundas: se han registrado, en América Latina, altos niveles de trastornos alimentarios, muchas veces silenciados o romantizados; se disfraza de "amor propio", "vida sana" o "cuidado personal", pero en el fondo sigue siendo un mandato discriminador: si no sos flaca, mejor escondete. Y si lo sos, mientras más lo mantengas, más aceptada vas a ser.
Las redes sociales han amplificado este fenómeno: Instagram, TikTok y otras plataformas promueven constantemente la dismorfia corporal a través de los filtros y los cuerpos intervenidos, reproduciendo así estándares imposibles que se consumen a diario.
Y aunque existen movimientos de resistencia —como el body positive—, aún están lejos de desarmar por completo un sistema que se beneficia de la inseguridad de los cuerpos y el deseo de perseguir algo imposible de mantener.
En este contexto, resulta urgente repensar los discursos que circulan en torno al cuerpo. No se trata de glorificar un tipo de cuerpo sobre otro, sino de entender que la diversidad corporal no solo existe, sino que es legítima y debe ser respetada. Porque la lucha por la igualdad de género también se libra en los espejos, en las publicidades, en las tallas que y en la forma en que aprendemos a mirar y a mirarnos.
La belleza no puede seguir siendo sinónimo de sufrimiento. En una región atravesada por tantos desafíos sociales, culturales y económicos, liberar los cuerpos femeninos de la opresión estética es también una forma de justicia.
Es hora de dejar de exigirle a las mujeres que se achiquen. Ni en su cuerpo, ni en su voz, ni en su lugar en el mundo.
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