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La cultura del agotamiento: cómo el ideal de productividad está enfermando a la sociedad

  • uatxfiloletras
  • 6 may
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 6 may

Pablo Jiménez / Filoletras

Vivimos inmersos en una cultura que ha elevado la productividad a la categoría de virtud moral, donde estar ocupado es sinónimo de valor personal. Pero este culto al rendimiento constante tiene un costo: nos está enfermando física, emocional y mentalmente.

Durante décadas se nos enseñó que el éxito dependía del esfuerzo. Trabajar duro, sacrificarse, “dar el máximo”. Ese discurso, heredado de una ética del trabajo que mezcló progreso económico con moralidad personal, ha sido abrazado incluso por generaciones jóvenes que crecieron en la era digital. Las redes sociales amplificaron esta presión: ahora no solo hay que trabajar bien, sino también mostrarlo, venderlo, convertir cada talento en un proyecto, cada momento en contenido. El descanso, en este esquema, se convierte en un lujo culpable, o peor: en una pérdida de tiempo.

El resultado es un estado generalizado de agotamiento. El famoso burnout dejó de ser un fenómeno aislado en ciertas profesiones para convertirse en una epidemia silenciosa. Personas que no pueden dormir bien, que viven estresadas, que sienten ansiedad constante por no estar haciendo “lo suficiente”. Incluso en momentos de pausa, la mente sigue activa: la culpa por no responder un correo, la necesidad de aprovechar el fin de semana para avanzar en pendientes. Nos hemos convencido de que nuestra valía depende de nuestra utilidad.

La hiperproductividad nos ha llevado a desconectarnos de nosotros mismos. Se ha desdibujado la frontera entre el trabajo y la vida personal, especialmente desde la pandemia, donde el hogar se volvió oficina y la jornada laboral parece no tener fin. El tiempo sin propósito y la contemplación están en vías de extinción. Y sin esos espacios, no solo nos volvemos menos creativos y menos saludables, sino también menos libres.

Necesitamos urgentemente una revalorización del descanso, del tiempo libre, del “no hacer nada” sin culpa. No se trata de fomentar la pereza, sino de rescatar una forma de vida más humana. Trabajar menos horas, sin dejar de ser responsables. Priorizar la salud sin sentir que es un capricho. Preguntarnos qué sentido tiene producir más si no tenemos energía ni para disfrutarlo. La productividad debería estar al servicio de la vida, no al revés.

Se debe dejar de admirar al que nunca para y empezar a admirar al que sabe poner límites. El verdadero acto de valentía no es hacer más, sino detenerse cuando hay que detenerse.

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