Crónica de una Little Monster en ¡Viva la Mayhem!
- uatxfiloletras
- 6 may
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América Leyva/Filoletras
Todavía recuerdo esos días de infancia en que la música se convertía en un refugio de la tormentosa realidad en la que vivía. Mi primer hogar se había desmoronado y tenía que entender muchas cosas que una niña no debería. Sin embargo, ahí estaba, poniendo play a canciones que escasamente comprendía porque no eran en español, o que remotamente se relacionaban a mis nulas experiencias de vida a esa edad.

Y entonces un día apareció en la pantalla una mujer con un extraño y muy pequeño traje color azul y una cabellera rubio platino tremendamente larga. Sí, era Poker Face de Lady Gaga. ¿Quién no recuerda el impacto de esa canción?
Yo venía de escuchar música de artistas como Michael Jackson, Bee Gees, ABBA, Queen, David Bowie, Kiss o Shakira. En aquel entonces para mí eso era lo “nuevo”, nunca había visto el surgimiento de un artista; poco me iba a imaginar lo importante que sería esa mujer de estética extravagante y disruptiva en el soundtrack de mi vida.
Ocuparía varias hojas para explicar el proceso que fue ese, así que mejor iré de lleno a ese momento clave en que Lady Gaga vendría a México a dar un concierto, hace tantos años. ¿Qué entendía yo en ese momento? Pues no mucho, la verdad, sólo que quería verla. A ella sí podría, ¿no? Me quedaba la duda porque hacía unos años había fallecido Michael Jackson y mi primer sueño frustrado fue no verlo en vivo jamás.
Aquí pasaron dos cosas: uno, era muy pequeña para asistir a un evento de ese tipo; dos, mi mamá no pagaría para que yo viera a Gaga, que no le caía muy bien —de hecho no le cayó bien hasta hace unos meses porque la vio cantar en los Juegos Olímpicos. Entonces no fui, pero mi tía sí y me tuve que conformar con escuchar su gran relato de cómo fue estar ahí.

Por eso fue que en este caótico mes de marzo vi una luz en el camino, se abría una rendija que apuntaba a la poca posibilidad de comprar boletos para ver a Lady Gaga en México, que regresaba después de 13 años. No mentiré, la cosa fue una odisea desde el principio, jamás en mi vida había hecho una fila virtual para comprar algo, no sabía cómo funcionaba, pero se logró con el rezo a 20 santos y encendiendo una veladora.
Finalmente llegó el día, para mi fue el 27 de abril, día en que por primera vez experimentaría asistir a un concierto tan grande como ese. Todo se sentía surreal, pues estaba al tanto de la expectativa que había entorno a él, pues no solo yo había esperado muchísimos años para estar ahí. Después de todo, Gaga es una de las artistas más demandadas en México y como yo, otros muchos jóvenes adultos que crecieron escuchando su música, por fin estaban a horas de cortar la distancia, de realizar el sueño.
Durante el mes de espera, las redes sociales no paraban de compartir expectativas, de recordar el último concierto del Monster Ball, dar recomendaciones entre fans. El hype crecía, básicamente. Mis nervios también.
Una vez que conseguí compañía, hospedaje y transporte —afortunada fui al tener familiares tan amables que me apoyaran con eso— solo restó pasar unos breves días en la Ciudad de México, en donde ya se sentía la emoción que generaba la llegada de Mother Monster. Sus canciones sonaban por todas partes, gente portaba playeras con su rostro; en algún momento llegué a escuchar a gente comentar que “las horas no podían pasar más lento”, y vaya que los entendía.

Finalmente llegó el día y, una vez en el Estadio GNP, mi primer objetivo fue la mercancía. No sabía qué compraría, pero pretendía que fuera algo memorable. Vaya sorpresa me llevé llegando a la entrada del estadio al encontrar montones de carpas con otros montones de opciones en productos con el rostro de Lady Gaga. Alrededor ya habían muchas de esas 63 mil personas que habían peleado a muerte con el internet por sus boletos. La vibra si que era única. Una mis tías dijo estar impresionada por la creatividad de los fans, pues muchos estaban caracterizados con temática de los álbumes de Gaga o directamente recreaban sus vestuarios más icónicos.
Creo que es muy característico cómo cambia el ambiente cuando estás en medio de desconocidos que disfrutan lo mismo que tú, porque te sientes cómodo entre otros "raros" cuyo rostro olvidarás, pero por un momento compartieron algo muy especial contigo.
Sí, supongo que para un gran número de personas un relato como este es insignificante porque, bueno, cantantes hay muchos y música por montones —aunque no toda sea buena—, pero realmente uno no comprende muchas cosas hasta que se está ahí dentro. Es decir, ninguno de nosotros habría elegido pasar 4 horas en pie en otro lugar que no fuera ese y por esa razón: Lady Gaga había vuelto después de 13 años.
Y no solo era eso, sino que el show que trajo fue destinado a ser una presentación exclusiva, independiente a la gira promocional de su último álbum.
El concierto empezó a las 9:27 pm, sin telonero, solo la vibrante imagen de Gaga en la pantalla central. La emoción ya era bastante grande y las ansias por la espera hicieron que todos empezaran a corear el nombre incesantemente, una vez tras otra hasta que, por fin, las luces se apagaron y el “Manifiesto de Mayhem” marcó el inicio de una puesta en escena digna de un gran teatro.

Canciones como Judas, Poker Face, Born This Way, Shallow, Abracadabra y Bad Romance fueron coreadas palabra por palabra por todos los fans, y ni hablar de las canciones más nuevas. Las transiciones entre actos, evidentemente, estaban más que bien planeadas. Las coreografías estuvieron a punto y los bailarines dieron todo de sí. Además de que todo se conjuntaba de manera perfecta para contar la historia de autodescubrimiento y reconciliación de Gaga con su yo del pasado y su yo del presente.
Dejando un poco de lado la gran selección para el setlist, la producción descomunal y la potente voz de Gaga, he de hablar de la carga emocional que representó estar ahí en ese momento. Es impresionante la euforia que se siente ahí dentro, sobre todo cuando se conjunta con la de otros. Para quien encuentra en la música hogar, refugio, consuelo y felicidad, definitivamente un evento en vivo se convierte en una sensación profunda de realización. Y me atrevo a decir en nombre de todos los que estaban en ese estadio conmigo, gritando a todo pulmón, que esa fue una experiencia religiosa —con el perdón de aquel cuya sensibilidad pueda ser herida—, un momento que no se repite aun por más experto en conciertos se considere uno.
El show que Lady Gaga presentó fue uno que hasta al menos conocedor ha cautivado, pues fue un disfrute multisensorial que aún en el General B se vivió como si fuese el VIP. Pocos artistas logran ese nivel de conexión con su audiencia, y muchos menos se toman el tiempo de hablarles de forma directa.
“No quiero despertar de este sueño [...] Me siento muy honrada de poder estar aquí de nuevo [...] No importa el caos de la vida, cantaremos y bailaremos juntos por siempre”.
Eso también explica cómo es que 2.5 millones de personas acudieron a Copacabana para verla este sábado.
Tras una semana he comprendido que, por más extraño que parezca para algunos, la música tiene un poder impredecible. Es, en mi poco humilde opinión, un tesoro poderoso que en las manos correctas y los oídos indicados puede ser magia.
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